Hoy me paso por aquí para
contaros una historia. Es una historia que le viene al pelo a este blog, ya que
combina varios elementos interesantes: los conceptos de monopolio y
competencia, el emprendimiento, la inversión y la capacidad casi infinita del
ser humano para crear riqueza y con ello catapultar a una sociedad entera hacia
el progreso y la prosperidad. Es una historia de un grupo de hombres que
gracias a su esfuerzo y determinación llegaron a ser los más ricos del planeta
y permitieron a su país dar los primeros pasos hacia el éxito. Allá va.
Uno de esos hombres es Andrew
Carnegie. Carnegie nació en Dunfermline, Escocia, en 1835. Cuando era niño su
familia emigró a EEUU y, como casi todos los que lo hacían, se fueron siendo
más pobres que el peluquero de Vin Diesel. A los trece años empezó a trabajar
en una fábrica de algodón durante doce horas al día, seis días a la semana. Más
tarde fue contratado en la Pennsylvania
Railroad Company, una empresa de ferrocarril, donde conoce a Thomas A.
Scott, dueño de la compañía. Scott debió de ver potencial en el muchacho porque
le tomó como aprendiz y el chaval empieza a ascender poco a poco. Con el
aumento de salario Carnegie empieza a invertir en diferentes empresas, asesorado
por Scott, y consigue ir amasando una pequeña fortuna.
Como todo buen visionario,
Carnegie supo ver dónde se encontraba el futuro de la industria. ¿Acciones de
Microsoft? No, joven padawan, el futuro estaba en el acero. Y vaya si lo
aprovechó. Sin embargo, el proceso de producción del acero seguía siendo muy
largo y costoso y no era una muy buena idea de negocio. Carnegie se lanzó a
estudiar, cual bachiller enfurecido, todo el proceso de producción del acero
para intentar solucionar el problema y en el intento conoció a Henry Bessemer.
Bessemer era un ingeniero inglés que poco antes había inventado un proyectil de
artillería tan bestia que destrozaba el cañón al ser disparado. Para
resolverlo, necesitaba conseguir un material mucho más resistente para los
cañones y se sacó de la manga el actual proceso Bessemer de refinado del acero.
Este nuevo proceso retiraba las impurezas del hierro insuflándole aire al metal
fundido. Con la técnica de Bessemer y su propia audacia, Carnegie ya estaba
listo para crear su imperio del acero.
Para ello, Carnegie arriesgó
su fortuna y se lanzó a la construcción del primer puente sobre el río
Misisipi, utilizando el acero como material principal. El llamado puente de
Eads se convirtió en el puente en arco más largo del mundo (casi dos kilómetros
de longitud) y los ingenieros echaron sus buenas horas extra en su
construcción. Cuando digo que Carnegie arriesgó su fortuna no lo digo por
decir, el tipo estuvo al borde de la bancarrota y tuvo que mendigar inversores
para terminar el puente de marras. El caso es que en 1874 el puente estaba
finalizado.
Puente de Eads
Sin embargo, la gente seguía
teniendo sus reservas con el acero y veían el puente débil e inestable. “¿Cómo?
¿Un material nuevo y diferente? Déjate de inventos y hazme el puente de madera
de nogal de toda la vida, modernillo de los cojones”. Pero Carnegie no había
llegado hasta allí para que el puente fracasara antes de empezar y decidió
realizar una curiosa maniobra publicitaria. En aquella época existía la
superstición de que los elefantes detectaban las estructuras defectuosas e
inseguras y no se atrevían a poner la pata encima de ellas. Así que, Carnegie
congregó a una gran multitud y puso a cruzar el puente al animalito. El 14 de
junio de 1874, el elefante cruzó de Misuri a Illinois a través del puente y la
peña se volvió loca. Gracias a la iniciativa privada, el país se había unificado
en dirección Este-Oeste a través del Misisipi por primera vez en la historia.
Después del éxito del puente,
Carnegie empezó a recibir más pedidos de acero de los que podía producir, así
que montó la acería más grande de los EEUU, capaz de producir más de 2.000
toneladas de metal AL DÍA. Al más puro estilo Zuckerberg, Carnegie empezó a
comprar todas las empresas de la competencia, fundando Carnegie Steel Company y consiguiendo así el monopolio del acero.
Después de haber superado dos quiebras absolutas, Carnegie era el hombre más
rico de EEUU, sólo superado por un hombre que se convertiría en su peor enemigo:
John Davison Rockefeller.
Rockefeller, nacido en 1839,
era descendiente de inmigrantes alemanes llegados a EEUU en siglo XVIII. Ya
desde pequeño mostró un gran interés por los negocios y en esta época se fijó
una máxima que seguiría toda su vida y que inspiraría a otros muchos: “No
trabaje por dinero, deje que el dinero trabaje por usted.” Como muchos
multimillonarios no completó sus estudios y se fue a trabajar con 16 años de
contable a Cleveland (puede ser contraproducente que esto lo lean los niños). A
pesar de cobrar 600 dólares anuales (suma considerablemente alta para la
época), exigió un aumento de 200 dólares. Su empresa se lo negó y dejó su
empleo de contable para montar su primera empresa de corretaje. El primer año
obtuvo un beneficio de 4.000 dólares y el segundo de 16.000. Ganaba casi 27
veces más que en su puesto de contable. Con el dinero invirtió en el sector
cafetero y empezó a conseguir una verdadera fortuna.
Sin embargo, Rockefeller
quería más, no se sentía complacido y empieza a dar sus primeros pasos en el
sector del petróleo, en el que más tarde erigiría un imperio. Para ello diseñó
un sistema integral de refinado, transporte y almacenaje de petróleo, creando Standard Oil. Pronto ya controlaba un
cuarto de la producción de todo EEUU, pero se seguía sintiendo insatisfecho. Lo
quería todo. Empezó a comprar cada refinería del país, cada empresa de distribución,
hasta la última compañía que tuviera algo que ver con el petróleo. En solo seis
años controlaba el 90% de la producción del país (¿han cantado monopolio?).
Pero a Rockefeller le seguía
reventando tener que depender de la Pennsylvania
Railroad Company de Scott (el mentor de Carnegie del principio, no te
despistes) para el transporte de su petróleo. Para librarse de él se le ocurre
construir un sistema de tuberías para transportar el petróleo por el país
gastando una cantidad descomunal de dinero (todo para joder a Scott, ojo). El
nuevo oleoducto crece imparable por todo EEUU y llega a tener más de 6.000 km.
Al no tener barriles de petróleo que transportar, Pennsylvania Railroad Company entra en quiebra y Scott muere en la
miseria absoluta. Debido a esto, Carnegie culpó a Rockefeller de la muerte de
su antiguo maestro. Ahora ya sabéis porque se odiaban tanto. Carnegie empieza a
tener la implacable obsesión de superar a Rockefeller en riqueza. EEUU es
testigo de cómo los dos imperios monopolísticos más grandes del país se
declaran la guerra.
No obstante, si Carnegie
quería superar a Rockefeller iba a tener que ponerse las pilas. Por lo pronto, se
alió con el magnate del carbón Henry Clay Frick, un tipo aún más despiadado que
Rockefeller y que le aportaba ese toque de malicia que le faltaba a Carnegie.
Para que os hagáis una idea de cómo se las gastaba Frick, se le conocía con el
apodo de “el hombre más odiado de América” por su actitud frente a las huelgas.
Carnegie le nombra presidente de Carnegie Steel Company y este consiguió poner
en forma a la compañía reduciendo enormemente costos y empelados innecesarios.
Con los beneficios Carnegie expandió su imperio, pero seguía estando lejos de
Rockefeller.
La rivalidad de Carnegie y
Rockefeller seguía creciendo y competían incluso a la hora de realizar
donaciones y organizar actos benéficos. Su competencia también estaba
industrializando EEUU a pasos agigantados. El petróleo y el queroseno de
Rockefeller iluminaban las ciudades y alimentaban las máquinas y el acero de
Carnegie elevaba los primeros rascacielos y construía ciudades enteras. El país
empezaba a perfilarse como potencia mundial gracias a dos hombres.
Andrew Carnegie (izquierda) y John D. Rockefeller (derecha)
Carnegie seguía obsesionado
con ser más rico que Rockefeller y siguió expandiendo el negocio, adquiriendo
distintas fábricas, entre ellas la planta de Homestead, en Pensilvania. Sin
embargo, esta decisión le traería no pocos dolores de cabeza. Frick empezó a
gestionar la planta y se puso a hacer recortes de salario. Estos recortes no
les sentaron nada bien a los trabajadores y lo que empezó siendo una pequeña
manifestación acabó como una de las rebeliones obreras más grandes de la
historia de EEUU. Frick se negó a negociar con el sindicato y lanzó un
ultimátum: “los trabajadores que apoyen la huelga que no se molesten en volver”
(era un tipo duro, ya os lo he dicho). 2.000 trabajadores se acantonaron en la
fábrica. Frick se negaba a ceder y, ni corto ni perezoso, contrató a un cuerpo
policial privado, The Pinkerton National Detective Agency, para que desalojara
a los trabajadores. Este ejército privado asaltó la fábrica armado con rifles,
el 6 de julio de 1892 e inició una batalla con los huelguistas. El
enfrentamiento se prolongó durante horas y al final tuvo que intervenir el 18º
regimiento de Pensilvania del US Army. Nueve huelguistas murieron y centenares
resultaron heridos. Por el otro lado, murieron tres agentes de Frick.
Después de esto, Henry Frick
fue objetivo de un atentado terrorista por parte de los anarquistas, en el que
recibió una puñalada y varios balazos. Aun así, casi consiguió matar a su
atacante (unos días después Frick volvió al trabajo como si nada). La prensa
acosó a Carnegie y su empresa por los hechos de Homestead y su imagen quedó
terriblemente manchada. Carnegie, que desaprobaba completamente la actuación de
Frick durante la huelga, le despidió. El imperio del acero de Carnegie no
pasaba por su mejor momento, pero estaba dispuesto a remontar. Sin embargo, a
él y a Rockefeller les estaba saliendo un nuevo competidor para el título de
hombre más rico del mundo. Un prometedor banquero que ascendía de manera
imparable y que puede que conozcáis. Su nombre era John Pierpont Morgan.
Continuará…
Esto es todo por hoy joven padawan. Somos el Club de la Economía
y siempre aquí estaremos. No es una amenaza, pero volveremos.
¿Hicieron algo malo o ilegal estos señores?
ResponderEliminarNo utilizaron métodos digamos poco éticos.
Ya no me creo estos niñitos cuentos.
Hay que contar buen lo detalles