¿Creíais que todo había acabado? ¿Que las crisis económicas
no tuvieron un inicio? Estabais muy equivocados. Pues como todo, hubo un
origen, y es allí adonde nos remontamos. Volvamos al principio.
Hace muchísimo tiempo, en una
Economía aún más lejana…
¡Guerra! Estamos inmersos en la guerra de los 30 años, y
mientras media Europa se parte la cara, un pequeño país decide tomar una mejor
decisión. Holanda aprovecha para tomar ventaja sobre sus vecinos. Estos Países
Bajos sin realeza, gobernado por familias y burgueses, abre su economía y se
beneficia del comercio exterior, logrando un crecimiento económico envidiable. Pero
para los calvinistas no estaba bien visto exhibir la propia riqueza, por lo que
los holandeses gastaban sus riquezas en adornos y decoraciones. Decoraciones,
como el tulipán…
Cuenta la leyenda, que el país que vio nacer la Bolsa de
Valores y cotizar la primera Compañía de las Indias Orientales, no lo fue por
azar. Pues antes de que el mercado bursátil se institucionalizase, algo terrible,
que a punto estuvo de hacer quebrar a todo un país, ocurrió.
El villano y protagonista de esta historia no es el Estado,
un burócrata o un comunista. Nada más lejos de la realidad, se trata de una
linda flor, cuyo interior llegó a soportar más malicia que el anillo único de
Sauron.
Un tulipán para gobernarlos a todos
Lástima que esta historia, lejos de ser un mito, es
completamente real. Desde ya avisamos: los viajes al pasado tienen un peligro,
yaque podemos caer facilmente en el deja
vu. Y es que muchos de los conceptos revisados en este artículo nos harán
creer que todo este cúmulo de errores y sucesos ya los hemos vivido. Pero no
necesariamente hará falta remontarse un siglo para ello, bastará con echar la
vista atrás 10 años. Avisados estáis.
Por lo que, sin más preámbulos, comenzamos.
Nos remontamos a principios del siglo XVII en Países Bajos.
Las tabernas se llenaban por la tarde de aquellos que habían salido del trabajo
y querían tomarse algo y pasar el rato. Pero otro grupo de personas comenzaron
a frecuentar estos lares. Personas que se sentaban en una mesa, hablaban,
escribían, se intercambiaban papeles y se iban.
Poco a poco, esto comenzó a hacerse viral, y en todas las
tabernas holandesas parecía que había una mesa de estas. El pueblo se empezó
entonces a interesar en qué hacían estos tíos raros tan bien vestidos. Cuando
lo descubrían, como si de un lavado de mente se tratase, se sentaban con ellos,
y a las semanas volvían con mejores ropas y más dinero.
Lo que se hacía en estas mesas podemos decir, sin temor a equivocarnos,
era el antecesor de la Bolsa de valores ¿Qué cómo es esto posible? Muy
sencillo. Lo que hacían estos personajes era negociar el precio de los bulbos
del tulipán.
Cada día, decenas de personas acudían a las tabernas para comprar
estas flores a los campesinos y artesanos, y el precio fluctuaba según la
demanda y la oferta. Por lo que el salón de la taberna del pueblo es el
ancestro del parqué del palacio de la bolsa. Lo sé, poco glamouroso tal vez, pero
es lo que hay.
Pero de pronto, las decenas de personas se habían convertido
en centenas y las centenas en miles. Colas y colas de personas pretendían cada
día intercambiar dinero por tulipanes.
¿A qué se debía tanto interés? Pues de algo se habían dado
cuenta estos holandeses. Y es que ya no solo acudían compradores, sino también
vendedores, que vieron cómo el aumento del interés en tulipanes subió su
demanda, y esto su precio.
En un buen día de 1636, un tulipán de buena calidad se podía
estar pagando a 100 florines, o el equivalente a lo que le costaba alimentarse
a una persona durante un año.
Los holandeses, sin darse cuenta, estaban especulando. Y
nosotros bien sabemos que toda especulación, también conlleva un riesgo. Y es
que la cosecha de tulipanes podía sufrir varios reveses: temporales, virus… Que
automáticamente se reflejaba al día siguiente en el precio de apertura del
tulipán.
Además, en aquel entonces no podías analizar los estados
financieros para comprar, ni siquiera echarle un vistazo al balance de
situación. La única información que se disponía eran los libros con dibujos de
las predicciones de los tulipanes.
Estos libros llegaron a ser tan importantes, que las propias
autoridades crearon un cuerpo que se encargaba de revisar la calidad de los
dibujos, para evitar fraudes. Auditores de tulipanes, por así decirlo.
Además, cabe destacar que los tulipanes son artículos
comerciales perfectos, ya que pueden sobrevivir meses fuera de la tierra, son
fáciles de transportar, guardar y manipular.
En Otoño se realizaban las operaciones sobre la cosecha de
la próxima Primavera, sabiendo que en Invierno los bulbos tenían que volver a
la tierra, o morirían, por lo que se pactaban precios sobre las expectativas de
la próxima estación. Esto es lo que hoy se conoce como contrato de Futuros.
La inseguridad ante el estado de la cosecha y sobre todo ante
la apariencia y estética del tulipán resultante que le aportaba valor,
inyectaron la incertidumbre en el mercado. Pero nadie sabía lo que esto
conllevaba. Nadie había visto nunca gestar una burbuja.
El mercado real no variaba. El que sí que comenzaba a desviarse
enormemente era el de futuros. El hecho de comprar tulipanes perdió todo su
significado. Ahora se compraban derechos para adquirirlos a un precio
establecido en un determinado periodo de tiempo.
El papel moneda se intercabiaba por bulbos de tulipán. La
gente hipotecaba sus casas, vendían sus cosechas e incluso animales para adquirir
tulipanes y venderlos más caros. Los pobres compraban pagarés, mediante los
cuales conseguían los tulipanes con el dinero de otros, endeudándose y asumiendo
un riesgo del que no se podían responsabilizar. Es lo que hoy llamamos
apalancamiento.
Los tulipanes aumentaban un 1.000%, incluso 2.000%. Algunos valían
más que algunas casas. Los más preciados, más que un edificio entero.
Los propietarios custodiaban mejor a sus tulipanes que el
oro. Ya no se acordaba sobre tulipanes, sino sobre meros beneficios asegurados.
Qué más daba la calidad del tulipán. Porque, claro, el tulipán siempre sube,
nunca baja.
Hasta que llegamos a 1637. Las tabernas, convertidas
totalmente en casinos de apuestas, abrían sus puertas. Los vendedores en la
izquierda, y los compradores en la derecha. Pero una mañana, solamente se
presentaron personas en la izquierda. Al no encontrar ningún comprador en
primera subasta, rebajaron el precio. Nadie respondió al segundo intento. Fue
entonces cuando el sudor frío se convirtió en pánico.
La gente salió corriendo a avisar a sus amigos para que
vendieran, al grito de “Nadie quiere tulipanes!”
Los propietarios comenzaban a pasarse las promesas de pago
entre ellos, como bancos intercambiando hipotecas subprime. Efectivamente, la burbuja
pinchó y ya nadie quería saber nada de ellos.
Mientras los precios caían, los inversores sabían que no
podían dejarlo, con la esperanza y fe de que el precio al menos volvería al
punto donde recuperar la inversión que hicieron con dinero que no tenían.
Esos tulipanes que unas semanas se vendían por fincas
enteras, ya no valían absolutamente nada.
Fue entonces cuando nacieron las primeras Comisiones del
Mercado de Valores. El comercio se reguló y se cancelaron deudas y contratos. El
tulipán había muerto y el mercado con él. Pero el ser humano, como ya sabemos,
no aprendió nada, y era cuestión de tiempo que se volviese a tropezar con el
mismo ladrillo… quiero decir, tulipán.
Esto es todo por hoy, joven padawan. Somos El Club de la Economía y siempre aquí estaremos. No es una amenaza, pero volveremos
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