¡El siglo XIX, señora! ¡Ha llegado el siglo XIX! ¡Revoluciones, locomotoras, tuberculosis y mucho más! Bueno, ya en serio, este siglo es una movida, pero una movida que fue crucial para la historia de la humanidad. Desde la Revolución Francesa de finales del siglo pasado al Antiguo Régimen le van a ir dando por saco. La peña empieza a tener extrañas ideas sobre libertad e igualdad y de la noche a la mañana se construye la nación política moderna.
El otro hecho a destacar son las dos revoluciones
industriales que se produjeron en este siglo. La primera empezó de manera
temprana en Inglaterra, ya en el siglo XVIII. El empleo masivo de carbón
mineral abarató el coste de la energía, lo que unido al aumento de los salarios
propició las innovaciones tecnológicas. Se abría una brecha de productividad
por el Canal de la Mancha, de tal modo que la Revolución Industrial mejor podría
llamarse Revolución Industrial Inglesa. Sin embargo, todos estos avances se
irían extendiendo poco a poco por Europa. Esto no se debe pasar por alto, ya
que, gracias a estos saltos en la tecnología y la industria, la vida de los hambrientos
plebeyacos experimentó un crecimiento como nunca antes se había visto. También
se produjeron importantes cambios demográficos, ya que el personal empezó a
atropellarse por irse a vivir a la ciudad. La economía dejó de ser agraria para
convertirse en una economía industrial.
Al mismo tiempo la ciencia experimentó grandes avances, en
diversos campos como astronomía, física y química. En el campo de la medicina
se introduce la anestesia y hay grandes avances en la cirugía. Se descubre que
las enfermedades infecciosas se producen debido a pequeños organismos, no
visibles a simple vista, por lo que los médicos comienzan a trabajar en
condiciones de asepsia (antes se ponían a operar con las zarpas sucias y así
nos iba). Es en esta época también cuando Charles Darwin agarró un barco y se fue
a donde Cristo perdió el mechero para escribir sus películas de la selección
natural.
Sin embargo, aquí hemos venido a hablar de economía y vamos
a empezar a hacerlo porque si no el público se pone nervioso y el siglo XIX
tiene muchas cosas que ofrecer en cuanto a ciencia económica se refiere. Recién
estrenadita la centuria nace Frédéric Bastiat, economista francés mejor
conocido por ser uno de los grandes divulgadores del liberalismo de la historia.
Bastiat fue un firme defensor del libre
comercio y de la no intervención del Estado en la economía. En una de sus
principales obras, La ley, afirma que
la única ley justa es la que defiende la vida, la libertad y la propiedad y que
esta ley no tiene que ser más que la organización del derecho individual de
legítima defensa. Según Bastiat, la ley se pervierte bajo la influencia de dos
causas: “el egoísmo carente de inteligencia” (el proteccionismo) y “la falsa
filantropía” (las limosnas del Estado, previo expolio a terceros, vaya). De
este modo, Bastiat distingue entre lo que es legal de lo que es legítimo.
En su ensayo Lo que
vemos y lo que no vemos, Bastiat desarrolla el concepto de coste de
oportunidad, es decir, lo que dejas de gastarte en algo por gastártelo en otro
algo supuestamente mejor. Sostiene que en un primer momento se podría pensar
que un crío que rompa un cristal de una tienda es positivo para la economía.
Esto se debe a que el cristal deberá ser reparado por el cristalero, que con el
beneficio comprará pan al panadero, que con el beneficio comprará unos zapatos
al zapatero y este último podrá irse de putas. La conclusión podría ser que el
niño que rompió el cristal de la tienda es un héroe, ya que todo el mundo ha
terminado feliz (especialmente el zapatero). Sin embargo, Bastiat defiende que
no es así, ya que el propietario de la tienda tendrá que desviar dinero de sus
gastos para reparar el cristal (dinero que podría haber utilizado para comprar
el pan al panadero). Al final, mirando el conjunto de la industria, se ha
perdido el valor de un cristal.
Antes de dejar a Bastiat hay que comentar que era un
cachondo. En Petición de fabricantes de velas,
una crítica satírica del proteccionismo, los fabricantes de velas solicitan al
gobierno que proteja ese sector de la industria del país de una potencia
extranjera… el Sol. De este modo, limitando las horas de luz, los fabricantes
de velas podrían hacer mayor negocio y se estimularía la economía. Os dije que
Bastiat era un cachondo.
Después de Bastiat nos encontramos con el gran John Stuart
Mill. Mill era un genio precoz (a los tres años empezó a estudiar griego
clásico) y gracias a su padre su pensamiento se vio influenciado por Jeremy
Bentham, de ahí que fuera un teórico del utilitarismo. En el plano económico
Mill es un representante de la escuela económica clásica junto a Adam Smith o
David Ricardo, de los que ya hablamos. Destaca su obra Principios de Economía política, donde desarrolló conceptos como el coste de oportunidad o la ventaja
comparativa, donde se puede ver la influencia ricardiana.
Según Mill la sociedad debía poner límites al poder del
gobernante, ya que así no podría usar ese poder en beneficio de sus propios
intereses. Como buen utilitarista Mill defendía la libertad, ya que la sociedad como conjunto maximiza su
utilidad si cada persona es libre de tomar sus propias decisiones,
por lo que se le puede considerar un defensor del laissez faire. Sin embargo, a lo largo de su vida fue introduciendo
ciertos supuestos o excepciones donde sí podría darse intervención por parte
del Estado, si había suficientes argumentos utilitaristas para ello (regular el
consumo de alcohol, regular las horas de trabajo para evitar la explotación de
los obreros…). Asimismo, en Principios de Economía Política argumenta
contra el crecimiento ilimitado que permite la revolución industrial, debido al
impacto negativo que tiene este sobre el medio ambiente.
Llegamos por fin a nuestro barbudo favorito (ok, no),
también llamado Karl Marx. Como todo jefe de fila del comunismo que se precie,
Marx fue un señorito que no dio un palo al agua en toda su vida (de hecho dejó
morir a tres de sus hijos de hambre y frío antes que arremangarse). A cambio,
se dedicó a leer y a escribir todo lo que pudo, convirtiéndose en filósofo,
economista, sociólogo e historiador. Karl Marx es tristemente una de las
figuras más importantes de la historia. Y digo tristemente porque mucha más
gente habría llegado a vieja si Marx hubiera sido tornero fresador en lugar de querer
hacerse el listo.
Karl Marx, padre del
comunismo. También conocido como Santa Claus
Pero bueno, dejemos de meternos con Marx, que de eso ya
haremos artículo, y vamos al turrón. La obra política de Carlitos es vastísima,
con el Manifiesto Comunista a la
cabeza, publicado en 1848. Vamos a centrarnos en el aspecto económico de sus
escritos porque si no nos podemos tirar aquí hasta mañana y yo le tengo que
hacer la acupuntura al cactus. En este sentido destaca El Capital, donde realiza un análisis crítico del capitalismo.
Según Marx el capitalismo se sustenta en la existencia de
dos clases sociales: los burgueses, dueños de los medios de producción, y los
proletarios, que ponen la fuerza de trabajo y se comen los mocos. En este
contexto Marx hace suya la teoría del valor-trabajo de Smith y Ricardo y arma
su teoría de la explotación (realmente esta teoría de la explotación ya había
sido enunciada casi en su totalidad por Johann Karl Rodbertus, pero nadie se
acuerda de ese matao). Recordemos que según la teoría del valor-trabajo el
valor de una mercancía depende de las horas de trabajo que lleve aparejada la
producción de esa mercancía (ya empiezas mal, Carlitos, ya empiezas mal). De
este modo, una determinada mercancía que lleve X horas producirla podrá ser
cambiada por otra mercancía que presente esas mismas horas de producción. Para
Marx esa fuerza de trabajo que poseen los mugrientos proletarios es una
mercancía más, de tal manera que el burgués la cambia por un salario para que
trabajen en su fábrica, es decir, el proletario vende su fuerza de trabajo al
burgués. De este modo, gracias a esta fuerza de trabajo se producen las
mercancías que son vendidas a continuación. Sin embargo, el malvado
capitalista, que durante todo el proceso se ha estado fumando un puro, después
de vender la mercancía se queda con una parte del beneficio. Esto genera una
diferencia, conocida como plusvalía, entre el valor de la fuerza de trabajo y
el valor de la mercancía. Lo que viene a decir Carlitos es que los trabajadores
no reciben el producto íntegro de su trabajo, sino que hay una parte que se
queda el capitalista como plusvalía y eso está súper feo.
De este modo, los trabajadores viven completamente
explotados por los capitalistas burgueses y se hace necesaria una revolución
que acabe con el capitalismo e instaure la dictadura del proletariado. Marx
afirma que esta victoria proletaria es inexorable, ya que el capitalismo está
destinado a caer debido a que presenta una serie de contradicciones internas
que propiciarán su colapso. Entre estas razones Carlitos defendía que se
producirá un proceso de concentración del capital en el que aparecerán
monopolios en manos de unos pocos multimillonarios mientras que cada vez habrá una
masa mayor de proletarios. La consecuencia es, por lo tanto, la impepinable
victoria de los obreros que harán la revolución, llegando de este modo al
orgasmo socialista. Carlitos tenía los pezones durísimos cuando escribió esta
parte.
Como es lógico todas estas ideas chirriaron mucho por aquel
entonces. A uno que le moló bastante poco todo este rollo hippie del marxismo
fue a Carl Menger. Menger es famoso por ser uno de los fundadores de la Escuela
Austríaca y por decir cosas muy interesantes sobre economía. A diferencia de Marx, Menger no defendía la
teoría del valor-trabajo, es decir, no creía que el valor de los bienes
dependiera de las horas de trabajo que llevaran asociadas, sino que ese valor
es subjetivo y depende de los individuos y de la abundancia o escasez de esos bienes.
En este sentido destaca su introducción del concepto de utilidad marginal, es
decir, la disminución en la utilidad total que nos supone el hecho de consumir
una unidad adicional de un bien. Esto se entiende muy bien con el propio
ejemplo que nos pone Menger: si estamos sedientos en el desierto y nos dan un
vaso de agua nos resultará muy útil. Si nos dan un segundo vaso de agua también
nos parecerá bien. Al cuarto ya nos resultará regulero y diez vasos después estaremos
pasando del agua olímpicamente. Por lo tanto, allí donde un bien es abundante
tendrá una utilidad marginal baja y viceversa.
Un de las aportaciones más fundamentales a la economía de
Carl Menger la encontramos en una serie de artículos, entre ellos Los orígenes del dinero. En esta serie
de escritos revolucionó la teoría monetaria y estableció la importancia del
dinero como medio de intercambio para satisfacer las necesidades de la peña y
evitar las complicaciones de los trueques. Asimismo, Menger también le dio
vueltas al concepto de coste de oportunidad que ya habíamos dicho antes. Como
veis Carl Menger es un peso pesado en este barrio.
Carl Menger
El discípulo más notable de Menger fue Eugen von Böhm-Bawerk,
también en la línea de su maestro en la Escuela Austríaca. Su obra más famosa
es Capital e Interés, donde realiza
un análisis exhaustivo del interés y de sus usos. Además, estudió las teorías
de Carl Menger e introdujo el concepto de tiempo en las preferencias de los
consumidores, concluyendo que los individuos aprecian más un bien presente que
uno futuro.
Sin embargo, una de las mayores aportaciones de Böhm-Bawerk
fue la demoledora crítica que hizo a la teoría marxista. Y no me quedo corto,
en serio, le dio a Carlitos hasta en el carné de identidad. Si volvéis a leer
arriba, según Marx, una determinada mercancía que lleve X horas producirla
podrá ser cambiada por otra mercancía que posea esas mismas horas de producción.
Sin embargo, como buen discípulo de Menger, Böhm-Bawerk defiende que el valor
de un bien es subjetivo, es decir, no depende de las horas que lleve
producirlo. Según Marx, los intercambios se producen en igualdad (entre
mercancías que tienen asociadas las mismas horas de producción), pero
nuevamente Böhm-Bawerk argumenta que si un intercambio se produce es porque los
individuos subjetivamente valoran más la mercancía que quieren conseguir que lo
que tienen. Por ejemplo, si yo voy con veinte euros a una librería a comprarme
un libro es porque valoro más poseer ese libro que los veinte euros. El
marxismo, por lo tanto, parte de una premisa falsa. Aun así, Böhm-Bawerk
realiza una crítica minuciosa y pormenorizada del resto de la teoría de la
explotación de la que ya tocará hablar otro día.
Vilfredo Pareto fue un prolífico autor, además de un firme
defensor del liberalismo económico. Su obra más destacada Teoría del Equilibrio Económico, donde desarrolla importantes conceptos económicos
como las curvas de indiferencia. También fue el creador de la idea de eficiencia
de Pareto, así como la distribución de Pareto, con aplicaciones en otros campos
aparte de la economía.
Por último, tenemos a Alfred Marshall, probablemente el
mejor economista británico de la época. Marshall se vio influenciado por las
ideas de Adam Smith, David Ricardo, Stuart Mill y el propio Léon Walras. De
Marshal destaca su obra Principios de la
Economía, donde aglutinó muchas de las ideas que desarrolló durante su
carrera y las plasmó de manera rigurosa y asequible, lo que hizo que se
convirtiera en un libro de referencia durante años. En el análisis económico cabe
mencionar su introducción del fundamental concepto ceteris paribus, un latinajo que viene a significar “permaneciendo
el resto constante”. Esto es útil a la hora de aislar el comportamiento de un
determinado aspecto económico, suponiendo que el resto permanece invariable. Es
famosa su representación gráfica de la oferta y la demanda (la tijera de
Marshall) a través de la cual se determinan los precios por el encuentro entre
la oferta, determinada por los costes de producción, y la demanda, determinada
por la utilidad marginal. También introdujo numerosos conceptos económicos de
gran utilidad, como bien complementario o bien sustituto. Por si no fuera poco
todo esto, Marshall tuvo como discípulo a uno de los economistas más
influyentes de la historia: John Maynard Keynes. Pero de ese tipo ya hablaremos
el próximo día (y nos meteremos un poco con él también).
Esto es todo por ahora, joven padawan. Somos El Club
de la Economía y siempre aquí estaremos. No es una amenaza, pero volveremos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario