lunes, 5 de junio de 2017

Los hombres que levantaron América I


Hoy me paso por aquí para contaros una historia. Es una historia que le viene al pelo a este blog, ya que combina varios elementos interesantes: los conceptos de monopolio y competencia, el emprendimiento, la inversión y la capacidad casi infinita del ser humano para crear riqueza y con ello catapultar a una sociedad entera hacia el progreso y la prosperidad. Es una historia de un grupo de hombres que gracias a su esfuerzo y determinación llegaron a ser los más ricos del planeta y permitieron a su país dar los primeros pasos hacia el éxito. Allá va.

Uno de esos hombres es Andrew Carnegie. Carnegie nació en Dunfermline, Escocia, en 1835. Cuando era niño su familia emigró a EEUU y, como casi todos los que lo hacían, se fueron siendo más pobres que el peluquero de Vin Diesel. A los trece años empezó a trabajar en una fábrica de algodón durante doce horas al día, seis días a la semana. Más tarde fue contratado en la Pennsylvania Railroad Company, una empresa de ferrocarril, donde conoce a Thomas A. Scott, dueño de la compañía. Scott debió de ver potencial en el muchacho porque le tomó como aprendiz y el chaval empieza a ascender poco a poco. Con el aumento de salario Carnegie empieza a invertir en diferentes empresas, asesorado por Scott, y consigue ir amasando una pequeña fortuna.

Como todo buen visionario, Carnegie supo ver dónde se encontraba el futuro de la industria. ¿Acciones de Microsoft? No, joven padawan, el futuro estaba en el acero. Y vaya si lo aprovechó. Sin embargo, el proceso de producción del acero seguía siendo muy largo y costoso y no era una muy buena idea de negocio. Carnegie se lanzó a estudiar, cual bachiller enfurecido, todo el proceso de producción del acero para intentar solucionar el problema y en el intento conoció a Henry Bessemer. Bessemer era un ingeniero inglés que poco antes había inventado un proyectil de artillería tan bestia que destrozaba el cañón al ser disparado. Para resolverlo, necesitaba conseguir un material mucho más resistente para los cañones y se sacó de la manga el actual proceso Bessemer de refinado del acero. Este nuevo proceso retiraba las impurezas del hierro insuflándole aire al metal fundido. Con la técnica de Bessemer y su propia audacia, Carnegie ya estaba listo para crear su imperio del acero.

Para ello, Carnegie arriesgó su fortuna y se lanzó a la construcción del primer puente sobre el río Misisipi, utilizando el acero como material principal. El llamado puente de Eads se convirtió en el puente en arco más largo del mundo (casi dos kilómetros de longitud) y los ingenieros echaron sus buenas horas extra en su construcción. Cuando digo que Carnegie arriesgó su fortuna no lo digo por decir, el tipo estuvo al borde de la bancarrota y tuvo que mendigar inversores para terminar el puente de marras. El caso es que en 1874 el puente estaba finalizado.




Puente de Eads

Sin embargo, la gente seguía teniendo sus reservas con el acero y veían el puente débil e inestable. “¿Cómo? ¿Un material nuevo y diferente? Déjate de inventos y hazme el puente de madera de nogal de toda la vida, modernillo de los cojones”. Pero Carnegie no había llegado hasta allí para que el puente fracasara antes de empezar y decidió realizar una curiosa maniobra publicitaria. En aquella época existía la superstición de que los elefantes detectaban las estructuras defectuosas e inseguras y no se atrevían a poner la pata encima de ellas. Así que, Carnegie congregó a una gran multitud y puso a cruzar el puente al animalito. El 14 de junio de 1874, el elefante cruzó de Misuri a Illinois a través del puente y la peña se volvió loca. Gracias a la iniciativa privada, el país se había unificado en dirección Este-Oeste a través del Misisipi por primera vez en la historia.

Después del éxito del puente, Carnegie empezó a recibir más pedidos de acero de los que podía producir, así que montó la acería más grande de los EEUU, capaz de producir más de 2.000 toneladas de metal AL DÍA. Al más puro estilo Zuckerberg, Carnegie empezó a comprar todas las empresas de la competencia, fundando Carnegie Steel Company y consiguiendo así el monopolio del acero. Después de haber superado dos quiebras absolutas, Carnegie era el hombre más rico de EEUU, sólo superado por un hombre que se convertiría en su peor enemigo: John Davison Rockefeller.

Rockefeller, nacido en 1839, era descendiente de inmigrantes alemanes llegados a EEUU en siglo XVIII. Ya desde pequeño mostró un gran interés por los negocios y en esta época se fijó una máxima que seguiría toda su vida y que inspiraría a otros muchos: “No trabaje por dinero, deje que el dinero trabaje por usted.” Como muchos multimillonarios no completó sus estudios y se fue a trabajar con 16 años de contable a Cleveland (puede ser contraproducente que esto lo lean los niños). A pesar de cobrar 600 dólares anuales (suma considerablemente alta para la época), exigió un aumento de 200 dólares. Su empresa se lo negó y dejó su empleo de contable para montar su primera empresa de corretaje. El primer año obtuvo un beneficio de 4.000 dólares y el segundo de 16.000. Ganaba casi 27 veces más que en su puesto de contable. Con el dinero invirtió en el sector cafetero y empezó a conseguir una verdadera fortuna.

Sin embargo, Rockefeller quería más, no se sentía complacido y empieza a dar sus primeros pasos en el sector del petróleo, en el que más tarde erigiría un imperio. Para ello diseñó un sistema integral de refinado, transporte y almacenaje de petróleo, creando Standard Oil. Pronto ya controlaba un cuarto de la producción de todo EEUU, pero se seguía sintiendo insatisfecho. Lo quería todo. Empezó a comprar cada refinería del país, cada empresa de distribución, hasta la última compañía que tuviera algo que ver con el petróleo. En solo seis años controlaba el 90% de la producción del país (¿han cantado monopolio?).

Pero a Rockefeller le seguía reventando tener que depender de la Pennsylvania Railroad Company de Scott (el mentor de Carnegie del principio, no te despistes) para el transporte de su petróleo. Para librarse de él se le ocurre construir un sistema de tuberías para transportar el petróleo por el país gastando una cantidad descomunal de dinero (todo para joder a Scott, ojo). El nuevo oleoducto crece imparable por todo EEUU y llega a tener más de 6.000 km. Al no tener barriles de petróleo que transportar, Pennsylvania Railroad Company entra en quiebra y Scott muere en la miseria absoluta. Debido a esto, Carnegie culpó a Rockefeller de la muerte de su antiguo maestro. Ahora ya sabéis porque se odiaban tanto. Carnegie empieza a tener la implacable obsesión de superar a Rockefeller en riqueza. EEUU es testigo de cómo los dos imperios monopolísticos más grandes del país se declaran la guerra.

No obstante, si Carnegie quería superar a Rockefeller iba a tener que ponerse las pilas. Por lo pronto, se alió con el magnate del carbón Henry Clay Frick, un tipo aún más despiadado que Rockefeller y que le aportaba ese toque de malicia que le faltaba a Carnegie. Para que os hagáis una idea de cómo se las gastaba Frick, se le conocía con el apodo de “el hombre más odiado de América” por su actitud frente a las huelgas. Carnegie le nombra presidente de Carnegie Steel Company y este consiguió poner en forma a la compañía reduciendo enormemente costos y empelados innecesarios. Con los beneficios Carnegie expandió su imperio, pero seguía estando lejos de Rockefeller.

La rivalidad de Carnegie y Rockefeller seguía creciendo y competían incluso a la hora de realizar donaciones y organizar actos benéficos. Su competencia también estaba industrializando EEUU a pasos agigantados. El petróleo y el queroseno de Rockefeller iluminaban las ciudades y alimentaban las máquinas y el acero de Carnegie elevaba los primeros rascacielos y construía ciudades enteras. El país empezaba a perfilarse como potencia mundial gracias a dos hombres.




Andrew Carnegie (izquierda) y John D. Rockefeller (derecha)

Carnegie seguía obsesionado con ser más rico que Rockefeller y siguió expandiendo el negocio, adquiriendo distintas fábricas, entre ellas la planta de Homestead, en Pensilvania. Sin embargo, esta decisión le traería no pocos dolores de cabeza. Frick empezó a gestionar la planta y se puso a hacer recortes de salario. Estos recortes no les sentaron nada bien a los trabajadores y lo que empezó siendo una pequeña manifestación acabó como una de las rebeliones obreras más grandes de la historia de EEUU. Frick se negó a negociar con el sindicato y lanzó un ultimátum: “los trabajadores que apoyen la huelga que no se molesten en volver” (era un tipo duro, ya os lo he dicho). 2.000 trabajadores se acantonaron en la fábrica. Frick se negaba a ceder y, ni corto ni perezoso, contrató a un cuerpo policial privado, The Pinkerton National Detective Agency, para que desalojara a los trabajadores. Este ejército privado asaltó la fábrica armado con rifles, el 6 de julio de 1892 e inició una batalla con los huelguistas. El enfrentamiento se prolongó durante horas y al final tuvo que intervenir el 18º regimiento de Pensilvania del US Army. Nueve huelguistas murieron y centenares resultaron heridos. Por el otro lado, murieron tres agentes de Frick.

Después de esto, Henry Frick fue objetivo de un atentado terrorista por parte de los anarquistas, en el que recibió una puñalada y varios balazos. Aun así, casi consiguió matar a su atacante (unos días después Frick volvió al trabajo como si nada). La prensa acosó a Carnegie y su empresa por los hechos de Homestead y su imagen quedó terriblemente manchada. Carnegie, que desaprobaba completamente la actuación de Frick durante la huelga, le despidió. El imperio del acero de Carnegie no pasaba por su mejor momento, pero estaba dispuesto a remontar. Sin embargo, a él y a Rockefeller les estaba saliendo un nuevo competidor para el título de hombre más rico del mundo. Un prometedor banquero que ascendía de manera imparable y que puede que conozcáis. Su nombre era John Pierpont Morgan.

Continuará…

Esto es todo por hoy joven padawan. Somos el Club de la Economía y siempre aquí estaremos. No es una amenaza, pero volveremos.
Unknown Co-Desarrollador

1 comentario:

  1. ¿Hicieron algo malo o ilegal estos señores?
    No utilizaron métodos digamos poco éticos.
    Ya no me creo estos niñitos cuentos.
    Hay que contar buen lo detalles

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