Dado que este blog va de Economía, no estaríamos siendo
buenos profesionales si no habláramos en algún momento de la historia de la
ciencia económica. Como la tarea es tan tocha como parece la llevaremos a cabo
en distintos artículos cuyos derechos ya han sido adquiridos por Netflix para
hacer la correspondiente serie. Id al baño ahora porque no pienso hacer pausas.
Si preguntamos al mortal de a pie con algo de conocimiento
sobre el tema, probablemente nos situaría el inicio de esta historia en 1776,
con la publicación de La riqueza de las
naciones de Adam Smith. Nasti de plasti, joven padawan. Realmente nuestra
historia comienza en otro tiempo y en otro sitio, más concretamente en la
España del siglo XVI. Sí, hombre, España, el país este que está entre Andorra y
Portugal, no me miréis con esa cara. El caso es que por aquel entonces la
Monarquía Hispánica gobernaba el mundo desde Flandes hasta las Indias (y eso
que no se había inventado internet) y reunía a los mejores artistas, filósofos,
científicos, arquitectos y, por primera vez, economistas propiamente dichos. Estos
economistas que protagonizan este relato pertenecían a la Escuela de Salamanca
y son los que sentaron las bases de la ciencia económica moderna y pusieron las
primeras piedras del pensamiento liberal. Casi ná.
Aquí era donde se
partía el bacalao.
Uno de los tipos más importantes de este grupillo fue
Martín de Azpilcueta. Este escolástico navarro fue el primero que estudió el
dinero como una mercancía más, cuyo valor viene determinado por su escasez o
abundancia. Azpilcueta fue testigo directo de un hecho sin precedentes en la
historia de la humanidad: la llegada masiva de metales preciosos desde América.
Este señor fue el primero que supo ver los efectos perturbadores que supone el
aumento descontrolado de la masa monetaria. De este modo, explicó acertadamente
que el dinero vale menos en España que en Francia porque aquí era más
abundante, por lo que los precios de las cosas también eran más altos en España
que en tierras gabachas. Esto viene siendo lo que hoy conocemos como inflación,
vaya. Resumiendo, Martín de Azpilcueta había enunciado por primera vez la
teoría cuantitativa del dinero. Mientras tanto, el tatarabuelo de Adam Smith se
dedicaba a cazar gamusinos en Escocia.
Juan de Mariana, otro de los pesos pesados de la época en
cuanto a economía se refiere, también hizo grandes contribuciones a la teoría
monetaria (De monetae mutatione),
criticando la devaluación de la moneda. También destaca su implacable defensa
de la propiedad privada y el comercio como motores para la creación de riqueza
(estas son características comunes de todos los intelectuales de la Escuela de
Salamanca). Y es que en este señor encontramos algunos principios
indiscutiblemente liberales. Así respondía Mariana a la pregunta de cómo
resolver la inflación: “(..) que la Familia Real (el Estado de la época) gaste
menos, porque lo moderado, gastado con orden, luce más y representa mayor
majestad que lo superfluo sin él.” Y añade “que el Rey, nuestro señor, acorte
sus mercedes, sus dádivas, sus subvenciones…” Lo que Mariana está defendiendo
aquí es una política de reducción del gasto público para evitar la inflación y
las subidas de impuestos. Esto lo dijo un tipo hace 400 años. Me vais a
perdonar, pero si no se os hace el culo pepsicola en este momento no sois
humanos. Un dato curioso es que Felipe II encargó un manual a Juan de Mariana
para educar al futuro rey Felipe III y en él defendió que era lícito matar al
gobernante cuyo mandato se hubiera convertido en tiránico (pequeño toque de
atención). Thomas Jefferson, padre fundador y tercer presidente de los EEUU,
citaría textualmente a Juan de Mariana para arengar a sus compatriotas y
levantarse contra los británicos.
Juan de Mariana leyendo el
Marca. Óleo sobre lienzo
Ya metidos en faena no podemos olvidarnos de mencionar a
Diego de Covarrubias. Covarrubias defendió que los propietarios no sólo tenían
derecho a la propiedad sobre los bienes, sino también a los beneficios
exclusivos producidos por ese bien. Como veis, no votaba a Unidos Podemos. Sin
embargo, su mayor aportación fue la enunciación de la teoría subjetiva del
valor. Según esta teoría, el valor de una cosa no depende de su naturaleza
objetiva, sino de la estimación subjetiva de las personas, es decir, son los
consumidores mediante sus preferencias subjetivas los que determinan el valor de
algo. Esto lo dijo en 1555 y sería uno de los conceptos principales de la
Escuela Austríaca, cuatro siglos después.
El gran error de Adam Smith y la Escuela Inglesa sería
ignorar las aportaciones de los escolásticos españoles proponiendo lo
contrario, la teoría objetiva del valor, es decir, que el valor de una cosa es
algo intrínseco a dicha cosa. Si Adam Smith hubiera leído más a estos señores,
probablemente no habría formulado esta teoría objetiva del valor y Karl Marx no
habría podido utilizarla para desarrollar su nefasta teoría de la explotación.
En cualquier caso, no debemos desmerecer los muchos aciertos del tito Adam que,
salvo en eso, nada tiene que ver con el barbudo de la hoz y el martillo.
Otros grandes de la Escuela de Salamanca son Francisco de
Vitoria, Domingo de Soto, Luis de Molina, Luis Saravia de la Calle… Todos ellos
defendieron la libre circulación de personas, bienes e ideas y el hecho de que
la riqueza y los beneficios particulares contribuyen al bienestar general de la
sociedad.
Siendo justos tendríamos que mencionar a otros tantos y
hablar más extensamente de los ya citados, pero se me hace tarde y tengo que hacerle
la acupuntura al cactus.
Esto es todo por hoy, joven padawan. Somos el Club de la
Economía y siempre aquí estaremos. No es una amenaza, pero volveremos.
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