Decíamos ayer que la Escuela de Salamanca había sentado las
bases de la ciencia económica moderna e incluso del propio liberalismo. Todo
esto en una fecha tan temprana como es el siglo XVI. Sin embargo, el siglo
XVII, al menos la primera mitad, fue más soso que un acuario de almejas en
comparación, pero hay una serie de grandes personajes de los que es obligatorio
hablar.
El siglo XVII traía una serie de cambios en Europa de la
mano de la Guerra de los Treinta Años. Tras casi 150 años de señorear el Viejo
Continente, España le pasaba el testigo a Francia como potencia hegemónica (paz
de Westfalia y Tratado de los Pirineos). Los monarcas franceses empiezan a
descubrir que les gusta mandar y el poder real se termina por convertir en
absoluto. Luis XIV llevó el absolutismo a su máxima expresión durante su
reinado con su famoso “El Estado soy yo” (joder, Luis, deja jugar a los demás
niños).
Batalla de Rocroi,
ocaso del Tercio español
Por otro lado, Inglaterra seguía
con sus interminables guerras civiles, principalmente por temas de religión y enfrentamientos
entre el Parlamento y la Corona sobre quién mandaba más. Sin embargo, de sus
universidades empiezan a salir grandes científicos como Isaac Newton, Robert
Hooke o Edmund Halley (sí, el del cometa), además de, cómo no, economistas. Es
a principios de este siglo cuando los ingleses crean su lucrativa Compañía de
las Indias Orientales, con un sistema de financiación mediante acciones
prácticamente moderno.
Como ya hemos dicho, la ciencia
económica había empezado como un cohete, pero a principios del siglo XVII los
grandes avances de la Escuela de Salamanca perdieron interés y fueron
olvidados. Esto era bastante chungo, ya que el estudio de la ciencia económica
quedó prácticamente estancado durante casi dos siglos. No me malinterpretéis,
cuando digo que el siglo XVII fue un siglo un poco flojete en cuanto a ciencia
económica se refiere, no quiero decir que fuera un páramo. De hecho, cada vez
había más personas estudiando la economía, pero había un problema, y es que
casi todos hablaban de lo mismo: el mercantilismo. Los mercantilistas defienden
que la riqueza de una nación se basa en la cantidad de metales preciosos que
posea dicha nación. Además, abogan por un fuerte control de la economía por
parte del Estado, creación de monopolios, proteccionismo y unas exportaciones
más fuertes que las importaciones. Estas ideas económicas alcanzan su apogeo
durante este siglo y la gran parte de los economistas de estos años se sumaron
al carro mercantilista, lo que suponía un retroceso con respecto a las ideas del
siglo anterior.
La Francia absolutista fue uno de
los lugares donde más calaron estas ideas mercantilistas. En este sentido
destaca el economista francés Jean-Baptiste Colbert. Colbert llegó a ministro
del rey Luis XIV y aplicó un programa eminentemente mercantilista que sería
conocido como colbertismo. Este programa se caracterizaba, como ya hemos dicho,
por la acumulación de metales preciosos, proteccionismo, balanza de pagos
excedentaria y toda esa pesca.
Como reacción a estas medidas
económicas intervencionistas, surge la fisiocracia de la mano de François
Quesnay con su obra Tableu économique, ya en el siglo XVIII. Al
contrario que los mercantilistas, Quesnay y los fisiócratas defienden el
librecambismo en el comercio internacional y una menor interferencia del Estado
en la economía. Esta doctrina queda resumida por la expresión laissez faire, laissez passer (dejad
hacer, dejad pasar) de Vincent Gournay, en referencia a una completa libertad
en la economía. Los defensores de la teoría fisiocrática también consideraban
que la riqueza de una nación no depende de la acumulación de metales preciosos,
sino de la capacidad de producción de esa nación, que reside en la actividad
agraria. Es decir, que según los fisiócratas la única forma de crear riqueza es
mediante la agricultura, mientras que la industria o el comercio solo
conseguían distribuir esa riqueza producida por el trabajo agrícola.
- ¡Mire, maestro Quesnay, he
elaborado una manufactura que aporta valor a la sociedad!
-Cállate y ponte a cultivar
acelgas, pelanas.
Dejemos a los gabachos por hoy y vayamos
a Inglaterra, que también estaban pasando cosas interesantes. A diferencia de
los franceses, algunos economistas ingleses empezaron a apartarse del
mercantilismo dominante, entre ellos Nicholas Barbon. Barbon es considerado el
precursor de Adam Smith, ya que en su libro Discourse
of trade expone algunas de las teorías económicas que luego utilizaría
Smith, entre ellas la defensa del libre comercio.
A otro que no le molaba mucho el
mercantilismo era William Petty. Petty era médico y como tal tuvo una visión de
la economía similar al cuerpo humano, compuesta de sistemas relacionados entre
sí que actúan como un todo. Este médico-economista también es el padre de la
econometría, la rama de la economía que aplica modelos matemáticos y
estadísticos en el análisis económico y que serviría de base para el desarrollo
de la economía clásica. Petty defendía la importancia de la división del
trabajo, anticipándose a los economistas de finales del XVIII. También
desarrolló la teoría del valor-trabajo, según la cual, el valor de un objeto
viene determinado por la cantidad de trabajo que es necesario para producirlo.
Esta teoría es la misma que luego desarrollaron Adam Smith y Karl Marx. De
hecho, Marx se declararía fan de Petty en sus escritos, siglo y medio después
(nos ha jodido, le escribió toda la teoría, cómo para no hacerlo). Petty
estudió los efectos del dinero en la economía, descubriendo la relación entre
la cantidad de dinero y la actividad económica, pero no supo ver la relación
entre el dinero y los precios, cosa que sí había hecho Martín de Azpilcueta.
A pesar de haber escrito una única
obra como teórico de la economía (Essai
sur la nature du commerce en général), el irlandés Richard Cantillon tiene
una gran importancia en las primeras décadas del siglo XVIII. Una característica
interesante de Cantillon es que separó por primera vez el análisis económico de
sus anteriores mezclas con preocupaciones morales y teológicas, en el caso de
los escolásticos, y políticas, en el caso de los mercantilistas. Al contrario
que Petty con su teoría del valor-trabajo, Cantillon propuso una teoría
subjetiva del valor, según la cual el valor de las cosas no está sujeto al
trabajo asociado, sino que es subjetivo y depende de “humores, modas y modo de
vida” de los consumidores. Cantillon fue el primero en hablar del empresario
como un agente indispensable en el proceso económico y afirmó que, mientras que
los obreros reciben un salario fijo, los empresarios arriesgan su capital, pero
su renta puede ser incierta y que estos empresarios actúan buscando el interés
personal (Adam Smith se quedó con la copla en este punto). También es conocido
por estudiar los efectos que generaban en los tipos de interés el aumento o
disminución de la oferta monetaria, así como el efecto de esta en los precios.
Mención aparte merece la vida de
Richard Cantillon. Cantillon emigró a Francia, donde empezó a trabajar en el
banco de su primo. Poco a poco fue ascendiendo y terminó por comprar el banco
entero (bien hecho, Richard). Posteriormente, se asoció con John Law, que
también era un personaje de cuidado.
Este economista escocés introdujo el papel moneda en Europa y se había
convertido en el principal asesor financiero de la corte francesa. Law desató
una gran inflación con la inyección masiva de este nuevo papel moneda. Esto
produjo una salvaje burbuja especulativa en la Compañía del Misisipi, la
compañía francesa que tenía el monopolio del comercio con las Indias
Occidentales. La burbuja creó millonarios de la noche a la mañana y los
franceses tiraban todos sus ahorros en comprar acciones de la compañía, entre
ellos nuestro amigo Cantillon. Sin embargo, Cantillon supo ver agudamente esta
burbuja, vendiendo todas sus acciones antes de que estallara. Y así es cómo se fabrica un multimillonario, niños. El fin de la vida de Cantillon fue tan atípico
como su carrera. Un día se produjo un incendio en su casa y se lo encontraron
muerto en su interior. Sin embargo, se descubrió que había sido asesinado antes
del incendio. Se sospechó de su cocinero que después de los hechos huyó al
extranjero con joyas robadas de la casa. Hoy en día sigue en busca y captura,
así que si lo veis avisad.
No podemos terminar este repaso
del siglo XVII sin hablar del gran John Locke. No en vano, Locke es considerado
uno de los padres de Liberalismo Clásico. Destacó como un gran defensor de la
propiedad privada y la libertad y creía que la labor del Estado, por lo tanto,
debe ser la de velar por ellas. Locke estudió la relación entre el dinero y la
actividad económica e introdujo el concepto de velocidad del dinero, conceptos
que también desarrollaría Petty, como ya hemos dicho. También adivinó los
efectos de los cambios de los tipos de interés sobre la oferta monetaria y las
consecuencias negativas que tiene sobre la economía unos tipos de interés
artificialmente bajos. El BCE en esta parte se hizo el longuis. Para Locke, por
lo tanto, los tipos de interés deben regirse por las leyes naturales de la
oferta y la demanda de la sociedad. Sin embargo, si por algo este intrépido autor inglés pasaría a la historia, encontrándose en la cima entre los principales personajes del liberalismo, formando incluso parte de la Royal Society, fue por su faceta filosófica. De hecho, su pensamiento filosófico influiría en las dos revoluciones liberales que se avecinaban en el mundo. Por un lado, la Revolución Francesa, teniendo discípulos como Voltaire o Rousseau, éste último finalmente desviándose a caminos más tibiamente socialdemócratas. Por otro, se podría decir que la Declaración de Independencia de los Estados Unidos y su Declaración de Derechos son obras de su puño y letra. Respeto eterno a John Locke, muchachos.
Esto es todo por hoy joven padawan. Somos el Club de la Economía y
siempre aquí estaremos. No es una amenaza, pero volveremos.
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