Tras el ascenso de Alan Greenspan a cargo de la Reserva
Federal, la calma llegaría a la Economía. El peligro de la Depresión había sido
aniquilado y la amenaza de una nueva Crisis se había disipado. Sin embargo, algo
había pasado desapercibido, inadvertido para economistas y analistas por la
sucesión de recesiones, que volvería a poner en jaque a la Economía…
Desde los años 70, hemos podido apreciar como el sistema
económico mundial chocaba con continuos cracks, que devenían en recesiones, que
se convertían en depresiones y acababan en crisis.
Las políticas económicas keynesianas sudaban sangre para
poder hacer frente a las amenazas y debilidades que se les planteaban, y
finalmente hallaron la solución: quitarse del medio.
Sin embargo, entre tanto alboroto internacional y caos
institucional, algo pasó ante los ojos de todos, y nadie pareció darle
importancia alguna, tal vez demasiado ocupados de que el chiringuito no se
viniera abajo y preocupados de que en el proceso no se llevasen algún que otro
coscorrón. Pero remontémonos al principio:
Hasta ahora, al referirnos a la Bolsa hablábamos de lo que
todo hijo de vecino entiende por dicho termino, es decir, un mercado en el cual
cotizan empresas según las fuerzas de la oferta y la demanda.
Pero hasta este momento, había algo que caracterizaba a este
mercado y que, por ello, le hacía uno de los más atractivos del mundo. Y no, no
nos referimos a los barcos y las meretrices (que también) sino que todos los
valores que se negociaban eran tangibles.
La liquidez y veracidad que el mercado de valores reflejaba
sobre la realidad económica era incuestionable. No había nada más sencillo para
ver como iba la economía del país que coger el Wall Street Journal y leer el apartado
de finanzas y mercados.
Por esto mismo, con el objetivo de facilitar la vida a
consumidores, inversores y empresas, comienzan a surgir los primeros índices
bursátiles, por ejemplo para ver de un vistazo como evolucionaba la industria
nacional (Dow Jones Industrial Average) o directamente el sector empresarial en
su conjunto (Standard & Poor's 500 Index).
Todos estos índices, que no eran más que un reflejo
estadístico por medio de un grafico que ilustraba la tendencia agregada del
sector, se construían sobre una base común: la Bolsa de Nueva York (New York Stock Exchange), que es el mayor mercado de valores del
mundo en volumen monetario y el primero en número de empresas adscritas.
Parece razonable
pensar que un mercado que mueve más de 35 billones de dólares al año es sin
ningún lugar a duda el mercado que más dinero mueve en el mundo. Pero ¿Ha sido
siempre esto así?
Pues lo cierto es
que no. Demos la bienvenida merecida que no recibió un 4 de Febrero de 1971, al
NASDAQ.
Lo cierto es que casi
todo el mundo pasó de largo este acontecimiento, demasiado ocupados por otras
cuestiones, como notener que empeñar tu casa para comprar petróleo y esas cosas. Sin embargo, el Nasdaq supuso
todo un evento revolucionario que cambiaría por completo el Mercado de valores,
así como lo conocíamos.
Para empezar, se
trata del primer mercado de valores electrónico, que permitió las novedosas
operaciones en línea. De una forma o de otra, lo que hoy en día conocemos como
trading (es decir, poder abrir el ordenador, conectarte a internet y ponerte a
comprar y vender títulos con la facilidad que aporta un Broker Online) es
gracias a que un buen día, unos señores decidieron sustituir en Wall Street a
los hombres trajeados al teléfono por unos hombrecillos pegados al ordenador y
probablemente con poco pelo en su cabellera.
Se producía, por
tanto, desarrollándose a lo largo de los años 80, la mayor democratización de
los mercados que hemos vivido nunca. A partir de este momento, cualquier persona,
independientemente de su ubicación, estudios, nacionalidad, sexo… podría
acceder a negociar valores en la bolsa con tan solo un sencillo clic.
Sin embargo, como todo,
esto tiene su parte positiva, pero también su parte negativa. Nunca se podría
haber imaginado un volumen de ventas tan abismal como el que se vivió ese
fatídico Lunesde 1987, ni tan siquiera
pensar en lo que conocemos hoy como el trading de alta frecuencia. Pero lo que
estaba apunto de suceder, era lo que realmente nos empezaría a poner los pelos
de punta.
Antes de nada, habría
que explicar que el Nasdaq, desde su fundación hasta ahora, se ha mantenido
como el índice en el cual se negocian las compañías tecnológicas más punteras.
Desde las telecomunicaciones hasta las empresas de hardware y software, desde
las redes sociales hasta la biotecnología. Aquí nacieron algunas que os
sonaran, como Amazon, Microsoft, Yahoo, Ebay, Apple… y con el paso del tiempo,
se convirtió en un mercado de referencia, donde toda startup soñaba con colocarse,
como Facebook o Google.
Sin embargo, el
mercado de la tecnología no compartía los valores tradicionales de la bolsa. No
era un mercado tangible ni líquido, sino más bien intangible y basado en las
expectativas futuras, en la innovación, el desarrollo, la investigación y en
resumen, el progreso y avance tecnológico.
Fue por esto que los
inversores olvidaron los métodos de valoración que hasta ese momento les
enseñaron en las escuelas de negocio. Ya no se analizaban los balances, las cuentas
de perdidas y ganancias y los flujos de caja. Los estados financieros se habían
convertido en algo obsoleto, y los jóvenes graduados universitarios ya no
soñaban con trabajar en Wall Street. Ahora el dorado se encontraba en Sillicon
Valley.
El mercado se volvió
completamente loco. Los accionistas compraban títulos cuyo precio multiplicaba
por más de 100 veces los beneficios empresariales (lo que se conoce como PER),
empresas que literalmente tan solo tenían 20 o 40 $ en ventas, obtenían rondas
de financiación de millones.
Compañías como
Amazon, que por aquel entonces ni siquiera obtenía suficientes beneficios para
cubrir sus costes, se valoraban con una capitalización bursátil de más de 2.000
millones.
Mientras tanto, la
SEC (Securities and Exchange Commission, nuestra CNMV) y la FED realmente
creían que el modelo de negocio había cambiado por completo, y se frotaban las
manos mientras veían que un índice con apenas 20 años de antigüedad conseguía
superar en volumen de acciones al mismísimo NYSE, con más de 150 años de
antigüedad, llegando casi a los 4,5 trillones (billones europeos) de
capitalización.
Pero como toda
ilusión, en algún momento había que despertar. Y es que, si algo podemos
rescatar de lo que dijo Keynes, es que ciertamente el mercado puede mantener
más la irracionalidad que tú la solvencia (sí, el también se arruinó en la Gran depresión).
Una vez superado el
milenio, y visto que el mundo no se había acabado, comenzó a esparcirse y respirarse
un humo tóxico en el ambiente: la desconfianza. La gente había dejado sus
trabajos, hipotecado sus casas, e incluso abandonado los estudios para ser
dueños de unas empresas que nadie sabía a qué se dedicaban, ni qué hacían, ni
qué producían, ni en muchas ocasiones como se llamaban. Lo importante era que
al final tuvieran un punto com.
Entonces, de la
noche a la mañana, los analistas levantaron de su letargo, los inversores
volvieron a aprender a leer y los bancos de inversión dejaban de financiar
ofertas públicas de venta. Lo que vieron no les gustó nada. Pero nada de nada.
A partir del año
2000, momento en el que el Nasdaq alcanzaba máximos que superaban los 5.000
puntos, la caída fue en picado. Miles de “empresas” (muchas de ellas basadas en
una cabaña en el bosque, con un ordenador y Wifi) cerraban cada mes. Empresas
que superaban el billón de capitalización, quebraban en cuestión de semanas. Compañías
como eToys, cuyo precio por acción superaba los 80 $, declaraban la quiebra con
un valor inferior a 1 $. Por no hablar de otras que conocemos bien en España,
como Terra, que se esfumó sin dejar rastro.
Solamente ese año,
el Nasdaq perdería más de 3.000 puntos, y alcanzaría su mínimo de casi 1.000
puntos en el año 2002, tras sufrir también el varapalo del 11S.
Y es entonces, con George
W. Bush en el poder, cuando se adopta la decisión de bajar los tipos de interés
hasta el mínimo del 1%, para adoptar una de las políticas más peligrosas en
Economía, “estimular la demanda interna”.
Un nuevo activo tangible,
seguro y que nunca bajaba, brillaba con luz propia. Pero esa ya, es otra historia.
Esto es todo por hoy joven padawan. Somos el Club de la Economía y siempre aquí estaremos. No es una amenaza, pero volveremos.
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