Comentábamos en la primera parte de esta historia que
Carnegie y Rockefeller se hallaban enfrascados en una batalla personal por ser
el hombre más rico del mundo (a pesar de que el imperio de Carnegie andaba en
horas bajas por los hechos de Homestead). Para más inri, dijimos que había
llegado un forastero a la ciudad dispuesto a hacer morder el polvo a ambos.
Este forastero no era otro que J.P. Morgan y creedme cuando os digo que
nuestros dos protagonistas tenían motivos para la preocupación.
John Pierpont Morgan nació un 17 de abril de 1837 en
Hartford, en el estado de Connecticut (el estado que mejor suena al pronunciarlo,
todo sea dicho). Morgan era hijo de Junius S. Morgan, un afamado banquero
estadounidense que había fundado J.S.
Morgan & Co. Nótese que, a diferencia de Carnegie y Rockefeller, que
provenían de ambientes más o menos humildes (humildes que te cagas en el caso
de Carnegie), Morgan nació en el seno de una familia de la alta sociedad
americana y de considerable fortuna.
Morgan empezó trabajando en 1857 en la empresa de su padre,
primero en Londres, para luego volver a Nueva York un año después. Allí trabajó
en la firma Duncan, Sherman & Company,
los representantes en América de George
Peabody & Company. En 1860 pasó a trabajar otra vez como agente para la
empresa de su padre hasta 1864. Durante la Guerra de Secesión Morgan empezó a
demostrar su madera para los negocios comprando rifles anticuados al ejército
por 3,5 dólares que les revendía por 22 dólares tras mandarlos reparar (aquí
también se demuestra las cotas de ineptitud que puede alcanzar el Gobierno).
J. P. Morgan
Esto de los rifles no es ninguna tontería, ya que sería el
esquema que Morgan aplicaría para empezar a amasar su fortuna: adquirir
empresas pequeñas o en crisis y reorganizar sus estructuras de negocio y
gestión para llevarlas a la cima. Morgan compraba todas las empresas que podía,
cerraba algunas y eliminaba a la competencia de manera feroz. Esta práctica
monopolística es conocida hoy en día como “morganización”. Con apenas treinta
añitos y ya estaba sentando escuela.
Sin embargo, estas inversiones estaban siempre vigiladas por su padre que, recordemos, dirigía uno de los mayores bancos de
inversión de EEUU. Morgan padre era prudente a la hora de invertir, visión que
intentó inculcar a su hijo, pero el joven Morgan no compartía en absoluto este modo
de ver las cosas de su padre. Si quería llegar a la cima y superar a los
mejores tenía que arriesgar, tenía que crear sus propias empresas en lugar de
comprarlas. Morgan había sido testigo de cómo Carnegie y Rockefeller habían
levantado sus imperios desde cero y él no podía permitirse ser menos. De este
modo, empezó a buscar un nuevo elemento innovador que le diera ventaja como
habían hecho Carnegie y Rockefeller con el acero y el petróleo,
respectivamente. Morgan vio el futuro en un fenómeno físico que iba a
revolucionar el mundo: la electricidad.
Para montarse en el
carro de la electricidad Morgan decidió arrimarse a uno de los mejores
inventores de la época, un tal Thomas Alva Edison (os sonará). Edison había
ganado fama por haber patentado en 1879 una bombilla incandescente que había
permanecido encendida durante 48 horas. Sin embargo, realmente no la inventó
él, sino que cogió el diseño del británico Joseph Wilson Swan y mejoró el
filamento, haciéndolo de bambú carbonatado que lo hacía más resistente. Curiosamente,
nadie se acuerda del pobre Swan.
El caso es que Morgan se asoció con Edison y juntos fundaron
Edison Electric. Morgan llevó a
Edison a su casa con el encargo de instalar todo un sistema de luz eléctrica
con el objetivo de publicitar este nuevo invento. Así, la casa de J.P. Morgan
fue la primera del mundo iluminada íntegramente con luz eléctrica. Como es
natural, toda la alta sociedad de Nueva York que se reunió para la inauguración
lo flipó. ¿Cómo era posible que se produjera luz sin emplear queroseno, ni
aceite, ni combustión, sino utilizando únicamente una energía invisible y
desconocida? Una luz que no producía humo, ni olores. Una luz que reducía el
riesgo de incendios y acudía y desaparecía con el simple gesto de accionar un
interruptor. Magia. Morgan y Edison les dejaron con el culo torcido. De la
noche a la mañana, la élite de Nueva York empezó a querer instalar bombillas en
sus casas. El evento había sido un éxito completo.
Morgan quiso dar un paso más y empezó a maquinar con Edison
cómo abastecer a la ciudad de Nueva York al completo. Invirtió toda su fortuna
en el proyecto (si no arriesgas no ganas) y dos años después, el 4 de
septiembre de 1882, Pearl Street se convierte en la primera calle iluminada
completamente con luz eléctrica del mundo. Para ello se utilizaron 7.200
lámparas y una estación eléctrica de 900 CV de potencia. De esta manera, joven
padawan, la luz eléctrica dio sus primeros pasos gracias a la iniciativa
privada.
Como ya habréis imaginado, esto de la electricidad enfadó
bastante a Rockefeller, que había hecho su fortuna a través del petróleo y el
queroseno. Si la gente empezaba a utilizar la luz eléctrica como fuente de
energía en lugar del queroseno iba a tener que comprar los yogures marca
Hacendado para llegar a fin de mes y eso no le hacía ninguna gracia.
Rockefeller comenzó una campaña para desprestigiar a la electricidad y hacer
así que la gente siguiese usando su queroseno. Sin embargo, el mayor problema
de Morgan y Edison no iba a ser Rockefeller, sino Nikola Tesla.
Tesla nació el 10 de julio de 1856, en Smiljan, en la actual
Croacia. Tras ir a la universidad y pasar por varios trabajos, llega a EEUU y
se une a la compañía de Edison. El joven Tesla traía consigo una idea
revolucionaria: la corriente alterna. Las lámparas y aparatos de Edison funcionaban
con corriente continua, pero Tesla defendía que la corriente alterna presentaba
muchas más ventajas a la hora de transportarla. La electricidad es básicamente
un flujo de electrones que circula de un sitio a otro.
Cuando este flujo de
electrones circula en un solo sentido se habla de corriente continua, mientras
que la corriente alterna se produce cuando el sentido del movimiento de los electrones
cambia decenas de veces por segundo debido a la presencia de un campo magnético
rotatorio. Esta última era la apuesta de Tesla.
Nikola Tesla en su foto de perfil de Tinder
El enfrentamiento con Edison hizo que Tesla abandonara la
compañía. En 1888 conoce a alguien que sí estaba dispuesto a apostar por la
corriente alterna, un tipo llamado George Westinghouse, por lo que Tesla se une
a su empresa Westinghouse Electric & Manufacturing Company´s. De este modo, empezó la llamada “Guerra de las
corrientes” entre Edison y Morgan, con su corriente continua, y Tesla y
Westinghouse, con su corriente alterna.
Sin embargo, la compañía de Westinghouse no tenía los fondos
suficientes para competir con un gigante como Morgan. Al poner al tanto de la
situación a Tesla, este decidió cederle todas sus patentes, incluida la de la
corriente alterna, para atraer el dinero de los inversores. Tesla siempre
mostró una indiferencia preocupante por el dinero, ya que para él lo importante
era poder desarrollar sus inventos. Ahora que ya tenían el dinero estaban
listos para dar el salto definitivo y encontraron su trampolín en la Exposición
Universal de Chicago de 1893.
Los organizadores de la Expo estaban decididos a que
estuviera iluminada con luz eléctrica y realizaron una subasta pública para
otorgar el contrato. Tesla y Westinghouse se terminaron por llevar el contrato
y consiguieron demostrar la eficacia de la corriente alterna, iluminando todo
el evento. Gracias a este enorme éxito, Westinghouse también consiguió un
contrato para suministrar los generadores de una central que se estaba
construyendo en las cataratas del Niágara, capaz de abastecer a todo el
noroeste de EEUU. Morgan había sido derrotado en los dos primeros asaltos, pero
no iba a permitir que hubiera un tercero.
J.P. Morgan afiló los cuchillos y se lanzó al ataque para
tumbar la compañía de Westinghouse. Amenazó con demandar a la empresa, ya que
muchas de las patentes de Tesla (entre ellas la de la corriente alterna) se
habían desarrollado en los laboratorios de Edison. Ante este acoso,
Westinghouse decidió rendirse y entregó las patentes a Morgan, pues pensaba que
los largos y costosos procesos judiciales habrían arruinado a la compañía.
Sin embargo, la apisonadora Morgan no iba a parar ahí. Con
la pérdida del contrato de la central del Niágara, la Edison Electric estaba en quiebra, de modo que compró todas las
acciones, haciéndose con el control total de la empresa, e invitó amablemente a
Edison a que se fuera reponer latas al Carrefour. Morgan también cambió el
nombre de la compañía, que pasó a llamarse General
Electric. Ahora que no estaba Edison, Morgan ordenó que la empresa se
pasara a la corriente alterna, ya que comprendió que objetivamente esta era
mejor que la continua (la corriente alterna transportaba mayor cantidad de
electricidad, era más económica y no pierde tanta energía en forma de calor).
La General Electric despegó de manera
espectacular a partir de ese momento. Finalmente, Morgan había logrado su
objetivo de llegar al nivel de los más grandes, de llegar al nivel de Carnegie
y Rockefeller. La práctica totalidad de la economía de EEUU estaba en manos de
tres señores.
Todavía nos queda hablar de muchas cosas en esta historia.
Tenemos que contar si al final Carnegie y Morgan consiguieron superar a
Rockefeller como hombre más rico del mundo y contar cómo estos tres hombres
enterraron el hacha de guerra para unirse frente a un enemigo común, un enemigo
con más poder que ellos tres juntos y que podría llegar a destruirlos: los
políticos. Pero estas cosas serán
contadas en otra ocasión.
Continuará...
Esto es todo por hoy, joven padawan. Somos el Club de
la Economía y siempre aquí estaremos. No es una amenaza, pero volveremos.
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