Hace poco explicábamos por qué el ser humano ha valorado siempre el oro durante prácticamente toda su existencia. Explicábamos por qué
se convirtió en uno de los actores más fundamentales de la historia económica,
superando a otros nombres propios como el euro o el dólar. Hoy toca hablar de uno
de los conceptos más cruciales y claves en lo que a economía moderna se
refiere. Hablaremos de cuando el dinero era real, y tenía valor intrínseco, y
de cómo este valor pasó a estar únicamente en nuestra imaginación. Damas y
caballeros, con todos ustedes, demos la bienvenida al patrón oro.
Antes de nada, definamos este concepto del que muchos hemos oído hablar, pero pocos sabemos realmente de qué se trata. El patrón oro, como su nombre indica, es una referencia, una relación que se fija entre una unidad monetaria y una determinada cantidad de oro. Por tanto, el patrón oro supone un sistema monetario no fiduciario, es decir, no se sustenta en la confianza del poseedor, sino que se sustenta en el oro. Esto viene a decir que los emisores de divisas garantizan que el poseedor de dichas unidades monetarias tenga siempre la posibilidad de canjear su papel moneda por oro. En otras palabras, el patrón oro destruye de raíz la fiesta de unicornios y ositos parlantes que el sistema monetario actual, haciendo de la economía un sistema rígido, en la que cada billete tiene un valor fijo.
Antes de explicar los inicios del patrón oro, vamos a
retroceder un poco para ver por qué era necesario. Como dijimos, durante toda
nuestra historia la unidad monetaria internacional y comúnmente aceptada ha sido
siempre el oro. Sin embargo, a finales de la Edad Media y principios de la Edad
Moderna, el ser humano comenzó a hacerse más vago, pero en especial más rico,
debido a las primeras tendencias liberales y capitalistas. Esto significaba
que, conforme la riqueza crecía más y más, las bolsas de monedas de oro
circulaban más y más. Pero después de muchos esguinces y contusiones, cómo no,
a nuestros amigos los chinos, se les ocurrió algo que Marco Polo introduciría
in Europa: el papel moneda.
De este modo, para ahorrarte cargar con bolsas llenas de oro,
cual jubilado saliendo del Mercadona, el banco te otorgaba un papelito (un
pagaré) en el que certificaban su correspondiente cantidad de oro. Estos papelitos
se canjeaban fácilmente y no era necesario trasportar consigo el valor que
dicho papelito contenía, ya que bastaba con acudir al banco depositario para
volverlo a canjear de nuevo por el oro. Como podemos apreciar, estaba gestándose
lo que en un futuro sería el patrón oro, ya que inconscientemente la gente
comenzó a comerciar con billetes cuyo valor estaba en todo momento respaldado
por una determinada cantidad en oro. Uno de los primeros pensadores que
teorizaron sobre el patrón oro fue el británico David Hume, el cual creía que
llevaría a un equilibrio general en la economía.
Llegó hasta un punto esta internacionalización del papel
moneda, que los que más tardaron en llegar fueron los primeros que empezaron a
plantearse el realmente establecer un patrón fijo y determinado, respaldado por
la propia ley y el derecho. Estamos hablando, cómo no, de Estados Unidos. El
propio George Washington, apoyado por el primer Secretario del Departamento del
Tesoro de los Estados Unidos, Alexander Hamilton (el tío que hoy en día
encontramos en los billetes de 10$), propuso esta medida mediante la creación
de un banco central federal y nacional que, tomando el ejemplo inglés, fuera la
única institución competente para emitir moneda y fijar su valor respecto al
oro. Sin embargo, esto no sería tan sencillo, y de hecho finalmente no se
llevaría a cabo debido a la negativa de un hombre para el cual el dinero era demasiado
importante como para dejarlo en manos del gobierno. Este hombre creía en un
país económicamente descentralizado al poder político. Su nombre era Thomas
Jefferson (el del billete de 2$).
Durante el siglo XVIII reinó la anarquía financiera, en la
que cada banco tenía autonomía para crear su propio dinero. Estos competían
entre sí, haciendo que los billetes se apreciasen o se depreciasen según la
propia fama del banco en cuestión. Y, al igual que hoy no es lo mismo haber
estudiado Derecho en Harvard que en la Universidad Estatal de Texas, tampoco lo
era canjear 100$ en el Bank of America que en el Banco Provincial de Arizona. Por
tanto, esto obligaba a los vaqueros a tener que negociar el valor de su dinero
en cada transacción. Cada cerveza suponía un tradeo, algo parecido a lo que
pasa hoy en día a todas horas en el mercado de divisas, pero a escala exponencial.
Ante este absurdo, a finales del siglo XIX, tras la guerra
civil estadounidense, Abraham Lincoln decidió que se acababan los tiempos en
los que todo quisqui podía crear dinero, ya que, según el propio Lincoln, “esto
parece el coño de la Bernarda”. Desde ese momento, la tarea de crear dinero sería
únicamente encomendada al banco central, que se encargaría de estandarizarla,
fijando el valor de esta respecto al oro, y regresando a la racionalidad
monetaria.
Sin embargo, este sistema de patrón oro tenía una virtud que
a la vez era una maldición: era completamente incompatible con la guerra. No
era posible que un Estado emitiese deuda pública como si no hubiera un mañana,
aumentando temporalmente el déficit, a expensas de poder ganar la guerra y
embolsarse los beneficios, ya que no se podía emitir todo el oro que se
quisiese. En este sentido, el Estado se encontraba con una barrera más allá de
la mera voluntad política para poder financiar su gasto público, y era una
barrera sencillamente natural. El oro es el que hay, y no se puede inventar más
oro del que ya existe.
Por esta razón, en 1913 nació la Reserva Federal
Estadounidense (FED), la cual básicamente significó la legitimación por parte
del Gobierno para abandonar estacionalmente el patrón oro, con el objetivo de
poder financiar la 1ª y 2ª Guerra Mundial, con la promesa de retornar a él
cuando estas hubiesen finalizado. Las potencias europeas, en cambio,
abandonaron definitivamente el patrón oro durante la Gran Guerra. Nótese la
gran apuesta que Estados Unidos hizo abandonando el patrón durante estas
décadas, ya que de no haber ganado la guerra Estados Unidos sencillamente se
habría hundido en la mayor de las miserias. De hecho, pese a su victoria, se
puede apreciar el devastador efecto que esta decisión tuvo observando los
felices años 20 y la inmensa inflación descontrolada, que llevaría finalmente a
Estados Unidos y al mundo a una burbuja que acabaría estallando en 1929. Pero esta
ya es otra historia.
Después de que Roosevelt socializase la economía
norteamericana, la cosa no mejoró, sino que más bien se abrió un periodo de
transición en el que decidir qué hacer con el sistema monetario mundial. El
miedo comenzaba a sentirse. Se rumoreaba que al otro lado del charco se estaba
gestando algo que podía amenazar el dólar. Comenzaba a hablarse de una moneda europea,
que años más tarde sería el euro. Estados Unidos no podía permitir que Europa
ni nadie le arrebatase su poder en el sistema monetario y financiero internacional.
Fue entonces, en los acuerdos de Bretton Woods, donde se decidió adoptar el
dólar como divisa internacional, bajo la condición de que la FED sostuviera el
patrón oro. Sin embargo, años más tarde, durante la nefasta presidencia de
Nixon, en 1971 se decide no respetar la promesa debido a los interminables
gastos que EEUU tenía que sostener en la guerra de Vietnam. De este modo, se
abandona el patrón oro de manera definitiva y el valor del dólar pasa a
sostenerse exclusivamente en la confianza que le dan sus poseedores, naciendo
definitivamente el dinero fiduciario, también conocido como moneda FIAT (que no
es lo mismo que el coche).
Fue en ese fatídico momento en el que el mundo decidió
entregarle el poder al banco que de forma pasiva era el nuevo ente legitimado
para poder amasar dinero mediante el sistema de reserva fraccionaria y coeficiente de caja (la cual
explicamos en este artículo). Se otorgaba al banco central de turno el poder activo
de poder imprimir billetes, decidir artificialmente cuando hay inflación o
deflación o manipular los tipos de interés mediante procesos de expansión
crediticia. Mientras tanto, Keynes y su ridícula propuesta de generalizar una
moneda FIAT a nivel mundial (el bancor) era debidamente ignorada. Go home
Keynes, you´re drunk.
Se acabaron los tiempos en los que cada depósito, cada
préstamo, tenía en colateral su valor en oro. Ahora cada crédito que se
concede, en contrabalance, solo encuentra un apunte contable. ¿Qué se
consigue con esto? Que hoy en día tan solo 1/10 del dinero total en el mundo
exista realmente, con sus respectivas unidades monetarias, mientras que los
9/10 restantes tan solo son apuntes en los activos y pasivos bancarios, decretándose
con ello los que en un futuro serían los “Too Big To Fail”.
Aquí finaliza la historia de cómo en tan poco tiempo hemos
pasado de un sistema dominado por el oro y su papel moneda, a un sistema en el
que el dólar es el nuevo oro, y los apuntes contables son el nuevo papel
moneda. Así es cómo la economía le vendió el alma al Gobierno, el cual arbitra
junto a sus secuaces, los políticos, todo el sistema financiero mundial a base
de impuestos, pagados con la moneda oficial, la del Estado. Sálvese quien
pueda.
Esto es todo por hoy, joven padawan. Somos El Club de la
Economía y siempre aquí estaremos. No es una amenaza, pero volveremos.
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